Una punzada y ese sol cegador se apaga poco a poco. Se nubla la vista y se humedecen los ojos y el pecho me escuece de angustia. El blanco de los ojos se vuelve rojo y las lágrimas resbalan por las mejillas. Caen al suelo y se confuden con las gotas de lluvia, y van calle a bajo formando charcos de dolor.
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