Sentada en el suelo
con Smith sonando de fondo
un cuaderno sobre las rodillas,
un bolígrafo en las manos.
Hojas arrugadas, estrujadas,
en el suelo,
frío, muerto…
Y cierro los ojos
y vuelvo a estar allí,
sentada frente al río
aquella tarde de mayo.
La luz lo baña todo,
el agua brilla y reluce llena de vida
y el sol me acaricia la cara
y me duerme,
puedo sentir la hierba
puntiaguda, pinchando mi cuerpo al tenderme.
Y no existe nada más,
nada aparte de ese sol
de esa sensación de libertad
de que las preocupaciones
se las lleva la corriente
y que el agua solo refleja
esa luz,
que brilla, que da esperanza,
que nunca se apaga.
Y entonces abro los ojos,
y vuelvo a estar aquí,
con mismo cuaderno sobre las manos
y las mismas hojas en blanco
vacías
y muertas.
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